Prometeo encadenado
Leyenda Griega
El semidiós Prometeo, atado a una roca, clamaba por la injusticia del dios Zeus.
¡Oh, Sol!¡Oh, mares!¡Oh, cielos! ¡Contemplad qué injusticia comete un dios cruel, injusto!
El encadenado Prometeo rompía el silencio con sus lamentos, y las ninfas, que eran hijas del océano, se acercaban a consolarlo, pero no podían liberarlo.
Prometeo era hijo de una ninfa del océano, Climenes, y del titán Japeto.
Había desafiado al dios Zeus, por dos veces, y éste lo había condenado al sufrimiento eterno..
Prometeo amaba y protegía a la raza humana. Advertido de que a los hombres sólo se les reservaban las peores presas de los animales sacrificados en los templos, en tanto que se le ofrecían al omnipotente Zeus los trozos más delicados y sabrosos, el rebelde ideó un plan osado para burlarse del privilegiado dios del Olimpo. Condujo un buey hasta el altar, lo sacrificó y separando las carnes y los huesos, metió las primeras en un saco y los segundos en otro. Invocó a Zeus y lo invitó a elegir el saco que prefiriese. El soberano del Olimpo eligió los huesos, que habían sido envueltos en grasa por el astuto Prometeo, y al verse burlado por el protector de los hombres, en el colmo de la ira, decidió vengarse en éstos quitándoles el don del fuego. Apagó los hogares de todas las viviendas humanas, de los talleres y forjas, dejando en la mayor miseria a la raza humana, protegida del titán Prometeo.
A partir de aquel día ya no se oyeron resonar sobre la Tierra los yunques de las forjas. Los hombres no tuvieron más arados, armas ni herramientas; no se encendieron lámparas cuando las sombras de la noche descendían de lo alto; no crepitaron leños en las casas para calentar a los viejos y a los niños; ya no se asaban las carnes, y la humanidad se sintió infeliz, pues había perdido uno de sus bienes más preciados: el fuego.
El más apesadumbrado era Prometeo, porque se consideraba culpable,por haber provocado la cólera de Zeus. Pero a su vez descargaba su rencor contra éste, por haber castigado a todos los hombres por una burla insignificante.
Prometeo sabía que en el reino de los dioses había una gruta sagrada. En ella ardía un fuego perenne, origen de todos los fuegos. El titán decidió robar allí una centella para restituir a los hombres el bien perdido.
Cuando el despótico Zeus advirtió que de las chimeneas de las viviendas de los hombres salía humo, comprendió que su poder había sido desafiado otra vez por el astuto titán. Su cólera explotó, terrible. Encadenó a Prometeo a una roca sobre una alta y gélida cumbre, y ordenó que un águila le abriese el vientre y le devorase el hígado.
Durante la noche, el hígado del condenado crecía de nuevo, y al día siguiente volvía, una y otra vez, a ser devorado por el águila de Zeus.
Pasó el tiempo, pasaron siglos, y los gritos de Prometeo seguían llenando los aires. El sufrimiento de éste despertaba compasión, pero nadie se atrevía a aliviarlo. Un día acertó a pasar Hércules por allí, y mató de un flechazo al águila devoradora. Así terminó el castigo del titán que robó el fuego para los hombres.
Y durante siglos el mundo habló de Prometeo, quien, por amor a los hombres, había osado temerariamente desafiar la ira de los terribles dioses.
¡Oh, Sol!¡Oh, mares!¡Oh, cielos! ¡Contemplad qué injusticia comete un dios cruel, injusto!
El encadenado Prometeo rompía el silencio con sus lamentos, y las ninfas, que eran hijas del océano, se acercaban a consolarlo, pero no podían liberarlo.
Prometeo era hijo de una ninfa del océano, Climenes, y del titán Japeto.
Había desafiado al dios Zeus, por dos veces, y éste lo había condenado al sufrimiento eterno..
Prometeo amaba y protegía a la raza humana. Advertido de que a los hombres sólo se les reservaban las peores presas de los animales sacrificados en los templos, en tanto que se le ofrecían al omnipotente Zeus los trozos más delicados y sabrosos, el rebelde ideó un plan osado para burlarse del privilegiado dios del Olimpo. Condujo un buey hasta el altar, lo sacrificó y separando las carnes y los huesos, metió las primeras en un saco y los segundos en otro. Invocó a Zeus y lo invitó a elegir el saco que prefiriese. El soberano del Olimpo eligió los huesos, que habían sido envueltos en grasa por el astuto Prometeo, y al verse burlado por el protector de los hombres, en el colmo de la ira, decidió vengarse en éstos quitándoles el don del fuego. Apagó los hogares de todas las viviendas humanas, de los talleres y forjas, dejando en la mayor miseria a la raza humana, protegida del titán Prometeo.
A partir de aquel día ya no se oyeron resonar sobre la Tierra los yunques de las forjas. Los hombres no tuvieron más arados, armas ni herramientas; no se encendieron lámparas cuando las sombras de la noche descendían de lo alto; no crepitaron leños en las casas para calentar a los viejos y a los niños; ya no se asaban las carnes, y la humanidad se sintió infeliz, pues había perdido uno de sus bienes más preciados: el fuego.
El más apesadumbrado era Prometeo, porque se consideraba culpable,por haber provocado la cólera de Zeus. Pero a su vez descargaba su rencor contra éste, por haber castigado a todos los hombres por una burla insignificante.
Prometeo sabía que en el reino de los dioses había una gruta sagrada. En ella ardía un fuego perenne, origen de todos los fuegos. El titán decidió robar allí una centella para restituir a los hombres el bien perdido.
Cuando el despótico Zeus advirtió que de las chimeneas de las viviendas de los hombres salía humo, comprendió que su poder había sido desafiado otra vez por el astuto titán. Su cólera explotó, terrible. Encadenó a Prometeo a una roca sobre una alta y gélida cumbre, y ordenó que un águila le abriese el vientre y le devorase el hígado.
Durante la noche, el hígado del condenado crecía de nuevo, y al día siguiente volvía, una y otra vez, a ser devorado por el águila de Zeus.
Pasó el tiempo, pasaron siglos, y los gritos de Prometeo seguían llenando los aires. El sufrimiento de éste despertaba compasión, pero nadie se atrevía a aliviarlo. Un día acertó a pasar Hércules por allí, y mató de un flechazo al águila devoradora. Así terminó el castigo del titán que robó el fuego para los hombres.
Y durante siglos el mundo habló de Prometeo, quien, por amor a los hombres, había osado temerariamente desafiar la ira de los terribles dioses.
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